Porque hoy ha salido el sol, les voy a contar un cuento. Érase un país en el que las autoridades protegían a los trabajadores de los desmanes de los empresarios mediante leyes justas y estricta vigilancia de su cumplimiento. Los trabajadores no eran esclavos, sino profesionales que desempeñaban fielmente su labor bajo la protección de la Justicia (una señora que era ciega aposta). Pero tanto a los trabajadores como a los empresarios les venían cortas esas leyes, a los unos porque trabajando más horas de las permitidas cobraban más dinerito (que iba directamente al sector bancario para el pago de las hipotecas) y los otros porque aumentaban su cuenta de resultados (que, en gran parte, también seguía el mismo camino hacia la madre banca). Así todos eran felices. Sin embargo, un día los unos y los otros comenzaron a desavenirse. Aquéllos querían más dinerito y éstos lo racaneaban con cierto despotismo. Las armas salieron de sus zulos. Los trabajadores denunciaron a la empresa ante las autoridades porque trabajaban más horas de las permitidas. Las autoridades enviaron a sus guerreros a la empresa e iniciaron un expediente para sancionar al ilegal y reponer las casos a su sitio. La reacción de los empresarios fue un contraataque contundente: a partir de ese momento, los trabajadores cumplirían a rajatabla el horario legal. El flanco izquierdo de las huestes obreras se tambaleó y sus jerifaltes decidieron pedir un armisticio. Comenzaron las conversaciones: ellos hablarían con las autoridades para que todo quedase en agua de borrajas y los empresarios repondrían a sus trabajadores al horario rentable. Hubo acuerdo y media hora más tarde las autoridades comunicaron a la empresa que el expediente había sido archivado. Corolín, corolado, este cuento se ha acabado.
AUTOR: Bernardo Pensado Vázquez
Me limito a formar parte del género humano y a escribir lo que me viene a la cabeza.
