De los recuerdos que guardo de mi infancia con más cariño, sin duda podría citar dos: un osito de peluche llamado Hugo y una muñeca muy pequeñita de trapo rosa, algo despeluchada, la verdad. Fueron mis primeros regalos de bebé que recibí a penas con unas horas de vida.
Es difícil explicar cómo un ser tan pequeñito se acuerda de ciertas cosas. Aunque no resulta extraño encontrar el porqué. Aún conservo a Hugo y a la despeluchada. Y cuando los veo, inmediatamente vienen a mi cabeza imágenes de mis hermanos: sus gestos, sus risas, sus cuidados, sus travesuras. Ellos fueron los primeros de la familia en venir a conocerme y fueron los primeros en hacerme un regalo que a día de hoy sigo conservando.
No recordaré exactamente el momento en que pusieron en mi cuna al osito y la muñeca, ni cuánto tiempo me pasaba jugueteando, tocando o haciendo monerías con ellos. Aparecían en cada una de mis fotos, y según me cuentan, venían conmigo a todas partes. No me gustaban otros, ni más grandes ni más bonitos, sólo esos dos, sólo los que me regalaron mis hermanos. Y la razón es simplemente una: los bebés sí perciben los gestos de cariño, las caricias, el calor de una madre o un padre, la ternura de un abuelo, una sonrisa o una mirada. Las guardan en su pequeña memoria y las conservan para siempre.
Ahora, cada vez que busco regalos para bebés que acaban de nacer, no sólo me preocupo de que sea práctico, original o bonito. Ha de ser siempre ese detalle especial que desate una sonrisa, que cree ilusión y sorpresa, que deje huella.
Un regalo es una intención, un gesto de respeto y de admiración. Es pensar con el corazón, es preocupación, es sentimiento, interés por aquellos que te importan. Es agradecimiento y es recibir con los brazos abiertos. Un regalo transmite tanto... Por eso,cuando lo observamos, lo miramos y lo utilizamos, en nuestra memoria permanecerá una persona que siempre nos apreciará y amará.