La palabra ética puede creerse ajena a la palabra finanzas, sin embargo no lo es, de hecho, deberían ir estrechamente vinculadas.
No es algo de nuestros días, que quienes tienen el poder de administrar finanzas, ya sean públicas o privadas, llegan a verse involucrados en situaciones irresponsables, de abuso de poder, de negligencia o avaricia, donde se ven afectados otras personas en menor o mayor escala.
En nuestro país, es sabido del inadecuado uso de las finanzas públicas, sobre todo por líderes políticos. En el entorno mundial, las grandes crisis y quiebres de empresas por inadecuados manejos o decisiones. La repercusión y el impacto de éste tipo de errores, más aún, con la influencia entre sí de los mercados internacionales, puede llegar a ser catastrófica. Vemos recesiones, desaceleración del crecimiento, devaluaciones, etc. Que en algunos de los casos, no solamente es resultado de una mala planeación, o de una inadecuada toma de decisiones, sino de acciones con alevosía y total falta de ética.
Y resulta asombroso cuando se analizan los casos de problemas financieros el común denominador es falta de valores en el manejo de las mismas, pero ¿acaso el poder y el ambiente corrompe los valores? Y es que resulta indignante que cuando salen a la luz problemas financieros y sus responsables, a la vista de todos, no se tomen las acciones que corresponden contra éste tipo de faltas, lo que ha fundamentado muchas veces que algunos de los líderes sigan actuando de manera irresponsable, aprovechando su posición, estatus, influencias para salir bien librados de situaciones comprometedoras.
No debe olvidarse que la eficacia, responsabilidad, honestidad, transparencia deben ser imprescindibles en el perfil de las personas que tengan a su cargo la administración de finanzas. Los líderes deben garantizar el adecuado uso de los recursos de las empresas, estados, municipios, etc, propiciando una estabilidad que asegure un crecimiento y confiabilidad en las mismas.