Como he explicado en un artículo anterior, la realidad no existe, existen formas de ver la realidad.
Todos sabemos, que para que una fotografía en blanco y negro sea considerada muy buena, aparte de otras consideraciones técnicas, debe poseer un rico rango cromático. Esto quiere decir que entre los extremos del blanco y del negro puro, deben existir una amplia gama de grises o tonos medios; siendo esas delicadas y apenas perceptibles gradaciones, las que hacen que una determinada fotografía sea excelente.
En la vida ocurre lo mismo. En un principio hay que huir de los extremismos, siendo necesario aprender a moverse en la complejidad de los “tonos medios”. Pero si una persona no dispone de suficiente "aparato mental" para moverse en esa complejidad, se irá angustiando poco a poco, hasta caer en lo que llamo “las terribles simplificaciones”.
Al ser incapaz de moverse en los medios tonos de los matices, se irá desplazando hacia los extremos y a partir de ahí, las cosas serán radicalmente blancas o negras. Su vida estará plagada de dilemas (o están conmigo o están contra mi, se es de derechas o de izquierdas, etc.). Lo peor, es que el mecanismo de simplificación no se detendrá ahí. Para acallar su angustia, su psiquismo recurrirá a identificarse plenamente con la idea de que las cosas son así de extremas. Se radicalizará de tal modo, que se convertirá en un verdadero fanático y según sea su ámbito de poder, podrá llegar a convertirse en un ser muy peligroso (pensemos en el caso de Hitler y otros dictadores).