Mi mente no globalizadora ni totalitaria
A veces sueño que soy un pueblo con cara de ciudad y vivo plagado de raíces casi limpias que germinan a mi paso, que saludan a mis manos con descargas electrificantes y que se abrazan afectuosas a mi lógica desconsolada. Pienso y medito en blanco porque ya no me queda la coyuda quemada de Huítar que me servía para alargar el cerco. Resulta que soñar tiene un precio y quizás sea más interesante tan solo “imaginar” en un mundo globalizado por el materialismo infeccioso, mientras tanto aguarda la tarde efímera a que llegue su fin en otro de sus silencios inopinados, ajena al circo de la corte hasta que algún día sea yo quien decida ser y pertenecer a un pensamiento no profanado.
Con este estado de ánimo me encuentro tras reconocer el alcance de las ondas hertzianas y nuestra dependencia cibernética laboral, pero sin embargo no pertenezco a su espectro emocional. Me gusta pensar pausado, reflexionar despacio y vivir acelerado, soy persona del siglo XXI, informatizado e informado, dirigente en mis pensares y diligente con los saberes. ¿Soy fractal o seré coincidente? Una pregunta personal para la red universal.
Imaginar se ha convertido en el único recurso que no tributa
y la forma más elegante de ser un insumiso cibernético.