Hace muchos, muchos años había una vez dos semillas que estaban juntas en el suelo de una granja, cuando comenzaron a hablar al estar solas en el camino.
La primera semilla dijo:“Yo quiero crecer, en un futuro quiero hundir mis raíces en la profundidad del suelo que me sostiene y alimenta para hacer que mis brotes empujen y rompan la capa de tierra que me cubre. Quiero desplegar mis tiernos brotes como estandartes que anuncian la llegada de la primavera. Quiero sentir el calor del sol sobre mi rostro, y la bendición del rocío de la mañana sobre mis pétalos” Y así creció cuando fue plantada por el granjero; fuerte, sana, flexible y agradecida".
La segunda semilla en cambio dijo: “ Yo tengo miedo. Si envío mis raíces a que se hundan en el suelo no sé con qué puedo tropezar en la oscuridad y qué encontrarme. Si me abro paso a través del duro suelo puedo dañar mis delicados brotes. Si dejo que mis capullos se abran, quizá un caracol intente comérselos. Si abriera mis flores tal vez algún chiquillo me arrancara del suelo y nunca más podría mostrar mi belleza. ¿No es mucho mejor esperar hasta un momento mucho más seguro, quizá será mucho más fácil el año que viene para mostrar mi esplendor?, y entonces se hundió en el suelo para que el granjero no pudiera encontrarla” .
Y así esperó muchos días, hasta que de pronto un día llegó la primavera al valle.
Por aquella granja paseaba una gallina que escarbaba en el suelo en busca de comida cuando encontró a la semilla que esperaba hasta el próximo año, y sin pérdida de tiempo se la comió. Al fondo se podía divisar el brote de una pequeña planta que la próxima primavera daría buenos frutos y flores; el jardinero se había encargado de protegerla de las inclemencias y animales para que su crecimiento fuera el idóneo.
A l@s que se niegan a arriesgarse, crecer, y a aceptar los cambios inherentes a la vida no les apoya la vida.
Cuando deseas verdaderamente algo, el universo se pone de tu lado para que lo consigas.
