Hoy recuerdo tu locura, corazón
siempre ajena al locuaz entendimiento
sordos los oídos y un solo pensamiento:
sus brazos engañosos eran toda tu obsesión.
Nada pudo detenerte, ni la más sabia razón
ni el temor a que se abrieran tus heridas
ni la voz de experiencias ya vividas
han frenado tu penosa obstinación.
Pasarás la vida lamentando,
maldiciendo de tu suerte la negrura;
vida y suerte van unidas conspirando
para que nunca se acabe tu amargura
para que sigas mil veces tropezando
sobre el rostro inmutable de la piedra dura.