Es difícil que el ciudadano de hoy sienta apetencia hacia la Ética. Ello se debe a que es una disciplina de la que esperas mucho porque la sientes repleta, rebosante y humanizadora. Sin embargo, cuando entras en contacto con los círculos que la manejan, caes en la cuenta de que la utilizan como en el juego Scrabble, para formar alrededor de ella otras palabras hasta quedarse sin fichas y obtener el máximo de puntos. De manera que uno puede quedar maravillado al ver el despliegue de términos parejos entre sí que modelan algunos insignes en tal disciplina llegando a formar modelos semánticos que tienen hasta cierta armonía estética, al estilo de los fractales: éticas hedonistas que despliegan sus fichas alrededor de la palabra ‘placer’; éticas formales que se basan en la ‘estructura’; éticas utilitaristas llenando el tablero de ‘bien general’, ‘bien particular’ e 'intereses'; éticas deontológicas enamoradas del ‘deber’; éticas discursivas parloteando eternamente sobre ‘acuerdos’ y ‘posiciones de igualdad’…etc.
Claro, si estuviésemos hablando de una rama teórica de la Filosofía, el asunto podría quedar en un mal uso sin mayores consecuencias. El problema es que hablamos de una de las llamadas disciplinas prácticas que, junto con la política, tiene la finalidad de velar por la felicidad de los ciudadanos proponiendo ideales de conducta a nivel individual y grupal que insten a las personas a seguirlos.
Pero, haciendo oído sordo a las necesidades de los seres humanos, los eruditos del tema se dedican a seguir jugando al Scrabble entre ellos a ver quién gana la partida. Y ocurre que los espectadores, nosotros, los ciudadanos de a pie, podemos caer en la apatía moral que es la antesala del relativismo y el escepticismo. De hecho, no estoy hablando con propiedad puesto que no es algo que 'pueda ocurrir' sino algo que 'ha ocurrido', se da de facto. Y ante una humanidad perdida, sin valores consistentes a los que aferrarse para marcar las pautas de su vida, ante una juventud que no sabe discernir el bien del mal si no es para identificar lo bueno con lo útil o lo placentero -inmoralidad donde las haya puesto que nos aboca sin remedio a la irracionalidad propia de los animales-, ¿qué hacen los integrantes de la élite del discurso ético? ¿qué rumian los salvadores de la sociedad?
La sociedad es el reflejo del hombre, su sombra, su espejo. Hubo otras épocas en las que tras los espejos se reflejaban bonitos colores, eran sociedades que permitían soñar porque el ser humano y su sociedad se presentaban como algo inacabado y, por consiguiente, las personas se sentían en la obligación moral de caminar hacia delante, de acercarse más a su completa realización. Hoy en día se nos vende la idea de que estamos acabados, terminados, finiquitados, que ya no damos más de sí, que esta sociedad, este modo de gobierno, es el último, el perfecto dentro de la imperfección, que todo esto es lo definitivo. Y lo grave es que mucha gente consume esa mentira social como una verdad sin pararse a pensar en las implicaciones que posee y en a quién beneficia exactamente. La paradoja se revela en que es precisamente en democracia donde el hombre se vuelve más adocenado, manso como un borrego, automático como un robot, amoral y ciego como un ordenador sin dueño.
El discurso ético, desde hace unos cuantos años, se decanta por las llamadas éticas del discurso o del diálogo que tienen su origen en la Escuela de Francfort, especialmente en la figura del filósofo Jürgen Habermas. Desde esta perspectiva, la propuesta consiste en sentar las bases para un marco ideal donde llegar a acuerdos alcanzados discursivamente en un contexto universal. ¿Por qué será que me viene otra vez a la mente la imagen del juego del Scrabble? He invertido media hora de mi tiempo en buscar por la red artículos que se opongan a esta perspectiva o, simplemente, que comenten su imposibilidad de realización, su carácter quimérico. El resultado es que no he encontrado nada. Bien pudiera ser que semejante 'scrabbelada' no pueda ser refutada pero me inclino más por pensar que se ajusta como anillo al dedo al modelo de democracia tibia y conformista que padecemos.
Éticas domesticadas para el ciudadano de hoy, propuestas baratas para una sociedad de saldo. La Ética actual propone sobre lo que hay, no sobre lo que debería haber y, al hacerlo, se va corrompiendo cada vez más tanto en su discurso como en sus consecuencias. Y, siendo que la praxis tiene que levantar valores basándose en lo que aprehendemos del mundo…apañados vamos todos.
Éticas adocenadas, untadas por los mass media, apestando a domesticación y dispuestas sobre un tablero para que el jugador escoja las fichas que más le convengan según criterios ególatras al más puro estilo de Max Stirner en 'El único y su propiedad'; para que el borrego tenga una falsa sensación de superhombre nietzscheano.
Decía Santo Tomás de Aquino que la bondad de cada ser consiste en que se comporte conforme a su naturaleza. La Ética de hoy, sin embargo, prefiere ajustar la naturaleza del hombre hasta identificarla con una ameba. Y actuar, después, en consecuencia.
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