Arquitectura, ¿es sólo espacio?.
Es moverse a través del lugar, entrar, salir, subir, bajar, tumbarse, sentarse, asomarse a la ventana para ver la gente en la calle.
Es oler a mirto, a comida haciéndose, a madera de los escalones, a tierra húmeda del parque de enfrente, antes de la lluvia.
Es sentir el viento que azota la cara en lo alto de una torre.
Es oir el eco de unos pasos que se acercan por el claustro o el rugido lejano de un millar de motores.
Es tocar la piedra acariciándola con la vista.
Entramos en un edificio; la arquitectura es lo que se ve aún cuando no se sabe que se ve.
La luz que cambia.
Las huellas del paso del tiempo o las cicatrices de un torbellino de catástrofes.
La imagen poética que surge en nuestra conciencia y el orden conocido por nuestra inteligencia.
Habitamos. La arquitectura no tiene sentido si no es habitada. La máxima expresión es la de los valores del grupo de personas que la habitan.
En la vieja fábrica abandonada aún oigo las máquinas y a la gente trabajando.
En el hospital en construcción, ya veo a los médicos, enfermeras, pacientes, familiares esperando o desesperando.
Entre las ruinas del palacio las piedras no permanecen mudas; todavía se pueden oír las intrigas de los cortesanos.
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