Amo mi libertad y decidir total y absolutamente por mí y para mí. El sólo hecho de pensar en compartir el resto de mis días con alguien me da escalofríos, estoy enamorada y los momentos que compartimos son incomparables, pero ¿diario?, ¿mañana, tarde y noche?
No sé si eso de pensar en dos sea lo que quiero. En pocas palabras quiero una boda pero no un matrimonio. Quiero una fiesta donde celebremos que amamos a alguien y que nos aman, donde todos coman, beban y bailen. Quiero ser la reina de la noche y lucir más bella que todas. Pero compartir las palomitas en la sala de cine se vuelve un contratiempo para mí.
Ahora hay ventajas en el matrimonio claro, puedo tener a alguien que me consienta, que cocine conmigo o para mi, me darán los buenos días con un beso en la boca todas las mañanas, ya no tendremos que pagar hoteles para intimidar, tendré al amor de mi vida a un lado para estar conmigo, incluso la gente me verá como alguien más responsable puesto que ya me comprometí a un matrimonio. Pero eso sí, comenzaremos a conocernos realmente y esto es un arma de doble filo.
Puede molestarme su forma de dormir, o puedo descubrir que en realidad ronca como un ogro. Tal vez un día yo quiera salir con mis amigas y él no me deje. O peor aun que me prohíba cualquier cosa. Ya casada no habrá manera de demandar por mi espacio. Todas estas dudas me asaltan cuando pienso en la palabra boda.
Todo tiene dos caras, y sé que el secreto es ser conscientes de nuestras diferencias, así como de nuestros puntos fuertes, más no sé si esto facilite el asunto, tal vez el mejor remedio para curarse del mal de amores es el matrimonio.