A Córdoba hay que llegar con los cinco sentidos preparados para captar cada uno de los reclamos que como visitantes encontraremos a nuestro paso. Con la curiosidad de un niño, pero con los ojos de turista bien abierto para no perder detalle. El día debe comenzar en la oficina de turismo, ubicada en el Cabildo Histórico, para anotar en la agenda aquellos actos programados para los días en que vamos a estar en la ciudad. Por ejemplo, en los meses de enero y febrero, a las 6 de la tarde, hay unas interesantes rutas turísticas gratuítas con sugerentes títulos como "Según pasan los años", por el casco antiguo, o "Córdoba de los Paraguas" para los días de lluvia.
Pongámonos calzado cómodo y hagamos camino paseando por la calle 9 de Julio, que fue la primera calle peatonal de Argentina. Si tenemos oportunidad, preguntemos a algún cordobés de edad quién era Jardín Florido, será fácil que nos satisfaga la curiosidad y que nos familiaricemos con los primeros acentos argentinos.
A nuestro paso, es más que probable que nos cruzemos con algún carro de frutas en alguna esquina, especialmente en septiembre, con Las Frutillas (así conocen a las fresas) entre sus propuestas más irresistibles.
Y hablando de gastronomía, la criolla cordobesa, está repleta de rentaciones y es una excusa magnífica para acercarnos a las típicas cafeterías de algunas zonas de la ciudad, como las de Villa Belgrano y El cerro de las Rosas.
Pronto percibiremos la influencia de españoles e italianos a su paso por esas tierras, con constancia ya sea arquitectónica en algunas construcciones coloniales como en la mesa, por el amplio surtido de ravioles, tallarines, ñoquis que seguro encontraremos en las pizarras de los restaurantes.
Buscando la sombra y la tranquilidad, el parque Sarmiento es un tentador destino al que tal vez lleguemos al olor de algún puesto de choripán (pan blanco con chorizo asado). Podemos pasear por la orilla de una laguna artificial disfrutando de la naturaleza a nuestro paso.
Y puestos a caminar otra cita ineludible es La Cañada de Córdoba, donde seguro que veremos a quienes leen tranquilamente, pasean o comparten un mate entre conversaciones a media tarde.
Volviendo a la ciudad y despues de haber tomado la siesta en el bar de uno de los hoteles caminamos otra vez, por las calles de Córdoba, sin esforzarnos demasiado, es posible que nos cruzemos con alguna chata, una camioneta de transporte antigua que resiste al pasar de los años. Y también, aunque nos pueda sorprender a primera vista, veremos Policías Turísticos por si los requerimos en algún momento o incluso , esta vez alternativos, quien nos ofrece pararnos un taxi, son los llamados paradores que se entremezclan entre el tráfico para indicar al taxista dónde hay un turista que reclama su servicio desde la acera.
Callejeando, que es como mejor se conoce una ciudad, a medida que pasen las horas, descubriremos a qué se debe que Córdoba sea conocida como la ciudad de las campanas. Imprescindible, hacer la ruta por las iglesias del centro histórico comenzando por la iglesia de la Compañía de Jesús, que data de mediados del siglo XVII y la Catedral. Podemos unirnos a alguna de las visitas guiadas gratuítas que ofrece la Municipalidad de Córdoba por la llamada Manzana Jesuística, declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 2001. Por el día nos sorprenderá, por la noche, con una cuidada luminosidad, nos invitará a que paremos nuestro reloj y nos dejemos seducir por los sonidos de la ciudad.
La artesanía local también será una de las propuestas que casi seguro acabará en nuestra bolsa de viaje y es que existe el conocido Paseo de las pulgas o Paseo de las Artes, que en el barrio de Güemes, donde nos dejaremos llevar por los reclamos de artesanos, la música en vivo al aire libre y los bares y cafeterías en las que casi seguro acabaremos seducidos por la empanada cordobesa, blanqueada por azúcar en polvo y papas (patatas) hervidas y pasas de uva en su interior. La oferta de vinos cordobeses también conquistarán nuestro paladar y si va acompañado por un buen asado tendremos saciado nuestro gusto por los productos típicos de Córdoba.
Si queremos completar una visita inolvidable y con acento argentino, no podemos acabar la velada de mejor manera que con una cena con espectáculo de Tango en el restaurante El Arraval, donde por cierto, para los más atrevidos también podemos dar nuestros primeros pasos y descubrir, en su academia, el gancho del tango.
Acabamos aquí nuestra visita a Córdoba con el sonido de las campanas que seguro llegan de alguna de las iglesias o de la Catedral de la ciudad y quien sabe, si pensando en nuevos destinos a los que nos lleve por ejemplo el tren de las Sierras con más de 150 quilómetros con paiseajes que a nadie dejan indiferente a su paso.