Hay profesiones que se calan en las entrañas familiares. Quiero decir, hay trabajos que empieza realizando un miembro de la familia y que va traspasando de generación en generación según pasan los años y llega el momento de jubilación. Eso es lo que le ocurrió a mi familia con la labor de decoletaje a la que llevamos dedicándonos gran parte de nuestras vidas. Veréis, el negocio lo montó mi bisabuelo en una época en la que los coches empezaron a diseñarse como vehículos de transporte.
Sabréis todos ya que antiguamente, había más animales que se encargaban de transportar tanto a las personas como a todo aquello que estas necesitaban que medios de transporte tal y como los conocemos hoy. Fue en los primeros años de creación cuando mi bisabuelo vio la oportunidad de montar una empresa que a su modo de ver nos daría la tranquilidad económica a toda la familia. Lo que posiblemente no supiera es que este negocio se mantendría hasta los tiempos actuales.
El problema de esto es que se supone que la próxima generación a la que le tocará llevar el manejo del cotarro es a la mía, o sea, que pronto pasaré a formar parte del equipo de trabajo de decoletaje de precisión, pero es que no me gusta nada. Y cuando digo nada, quiero decir que no me gusta ni tan siquiera el hecho de pensar en que tengo que ir al taller industrial en el que realizamos los trabajos.
Lo peor es que no sé cómo decírselo a mi padre, que siempre ha visto el momento con ilusión y con unas ganas terribles de enseñarme todo lo que necesito saber. Aún quedan unos cuantos años, pero ya me estoy planteando cómo poder decírselo sin que se lo tome mal y sin que entre en depresión.
Y tú, ¿cómo se lo dirías?