Desayuno diario

Desayuno diario

Entre esas rutinas que terminan de despertarnos por las mañanas incluyo, al desayuno, la lectura de algún mail y de los diarios. No se trata –en el caso de los diarios y en esos momentos– de leerlos propiamente; esto es: no voy tras noticias o secciones específicas y su desarrollo ni busco alguna columna preferida. Mientras termino de desprenderme de restos de sueño, la palabra impresa en las primeras planas en versión digital me reincorpora a la realidad.

Leo diarios en internet con frecuencia y aunque ahora consumo sus contenidos de un modo casi voraz –dinámica propia de lector de la web– la prensa, poseedora histórica del oficio de informar, mantiene vigente su prestigio y encanto.

Mis encuentros de las mañanas con títulos y subtítulos son ceremonias puntuales. Durante algunos minutos busco, sin ningún orden ni prioridad, tal vez algún titular inesperado que me prevenga para el resto del día o una frase a grandes columnas que me convierta, a esa temprana hora, en el privilegiado poseedor de una primicia. Tal vez por el contrario, busque confirmar que ninguna de las actualizadas noticias amenazarán la rutina. Invariablemente, en uno u otro caso y luego de esa temprana inspección desordenada, comienzo mi día.

Y después de casi 20 años aún desconozco el porqué de mi inquietud por controlar desde el desayuno –convertido en una suerte de guardián entre bostezos– que títulos abren la jornada. Curioso y entrañable ritual es el que me lleva a comprobar sin demoras, después de 6 horas sin noticias, si el mundo estará aún en el lugar de siempre, girando inalterado sobre su eje o verificar si, mientras dormía, el dolar había multiplicado su valor por 25.

texto21.com

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