La música se detiene unos minutos, aquellas amigas de la novia que quedan solteras rodean a la novia. Ella les da la espalda para aventarles el ramo de novia. Los novios de las que se paran para atrapar el ramo, se miran unos a otros un tanto nerviosos; la soltera que atrape el ramo de novia será la siguiente en casarse.
Las caras de la solteras son más de susto, si alguien notara alguna emoción en ellas sería una fingida. El cúmulo de amigas comienza a alejarse de la novia en una discreta pelea por ser la persona hasta atrás del montón. Nadie quiere quedarse con los ramos de novia.
La feliz novia amenaza una, dos y hasta tres veces con arrojarles el ramo. Las solteras gritan ¡eeeeeeeeeeeh! con cada finta, hasta que en la cuarta ocasión el ramo de novia sale disparado en un elegante arco en el aire arrojando lijeros pétalos en su trayectoria.
Cae en las manos de ninguna de las solteras. La pista de baile atrapa los ramos de novias. Los invitados exhalan sorprendidos, la fiesta queda en silencio, no es posible que nadie quiera el símbolo que es el ramo de novias. ¿Acaso en la actualidad que vive el mundo, son pocas las mujeres que buscan el matrimonio?
Los novios respiran aliviados. Pero uno en especial queda insatisfecho por el desprecio al símbolo del ramo. Calmadamente se levanta de su asiento, y sube a la pisa. Se detiene con el ramo a sus pies. Mira a las familias enojadas y a los ancianos entristecidos; busca los ojos de su novia. Toma el ramo mientras se arrodilla, mira a su mujer y se lo entrega diciendo: “Alguien tiene que llevarse el ramo de novia. ¿Te casarías conmigo?”