Cuando sufres un accidente piensas que no solo estuviste en el momento y el sitio equivocado (casualidad), sino que también crees que hiciste algo no debido: cruzar la calle sin fijarte, ibas excedido en velocidad, te subiste en la silla más débil de la casa para alcanzar un libre que estaba muy alto y ésta se rompió, etc.
Casi todos los médicos de todo el mundo están de acuerdo en que los accidentes son un hecho evitable en el casi el 100% de los casos. ¿Esto es mala suerte? No.
Lo mismo ocurre cuando no nos dan el empleo que tanto queríamos o cuando nos metemos en un problema legal, por describir sólo algunos ejemplos entre los tantos millones. Quizás no fuimos convincentes en nuestra entrevista laboral en el primero de los casos, o confiamos en alguien equivocadamente en el segundo. ¿Esto es mala suerte? No.
Siempre que algo no sale bien, existe una razón por ello. Y casi todas las veces, esa razón tiene una explicación en algún error que pudimos haber cometido. Es cierto que no se puede negar que en la vida hay hechos que son inevitables, pero aquí aparece la ley de probabilidades, y no un raro conjuro del oscuro destino cruel.
¿Y qué ocurre con la buena suerte? Así como el los hechos de mala suerte, en donde nuestras acciones se juntaron de mala manera con la casualidad y la ley de probabilidades, cuando las cosas salen como deseamos, es porque hicimos todo lo que teníamos que hacer, de manera correcta y en el momento propicio.
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