Cuando nació nuestro hijo pequeño, su padre y yo tuvimos una amistosa discusión que incluso derivó en apuesta. Él decía que su futuro sería mucho más intelectual que físico, a lo mejor ser abogado o filólogo; yo, en cambio, apostaba por una vida mucho más activa, quizá preparador físico o atleta. Naturalmente, en aquel momento no pudimos resolver nuestra duda, pero ahora, siete años más tarde, empezamos a vislumbrar, quizá, algo de ese futuro potencial. Y hemos descubierto algo interesante: tal vez los dos tengamos parte de razón y debamos pagar la apuesta a medias.
El tema es que ayer, por primera vez, el pequeño invitó a sus amigos a casa, y estuvieron jugando en el patio mientras yo les llevaba batidos y galletas –¡qué bien viven los niños!–. Mi marido llegó a casa justo en el momento en el que yo me quedaba a ver, algo sorprendida, cómo mi hijo les proponía jugar al típico juego de rol con el que se entretienen los niños. Pero no fingían ser piratas o ladrones, sino policías nacionales y vigilantes de seguridad. Al ver eso, mi marido se creyó victorioso porque el niño estaba dando muestras de querer ser algo más físico que intelectual. Pero no pudo cantar victoria durante mucho tiempo.
No era que estuvieran representando una escena en la que rescatan a unos rehenes del robo a un banco, o algo similar, sino que estaban representando unas oposiciones a policía nacional. Ni más ni menos, lo juro, no sé de dónde lo habrá sacado o cómo habrá aprendido la palabra “oposición”, pero a eso quiso jugar. Incluso hicieron lo mismo con la profesión de guardia civil y se inventó sobre la marcha un temario de guardia civil. Eso es mucho más intelectual. Por eso pienso que hemos ganado los dos... Por ahora. Ya veremos en qué desemboca todo cuando sea adolescente.
