El día de tu comunión es como tu primera boda. Te casas con un ente que no está de cuerpo presente, es cierto. Sin embargo, el resto es igual. Te disfrazas de tiros largos y blancos, que te compran en alguna tienda de renombre. A nadie le gusta llevar un vestido usado. Llevas pequeñas joyas, de oro, con algún diamante, que después nunca más te pondrás. Vas a la peluquería. Tienes un cursillo preparatorio, haces ensayos, tienes que leer. Te hacen regalos. Y tus padres lo celebran con un convite con familiares e, incluso, algún amigo cercano. Incluso ellos se compran ropa y los invitados también van bien vestidos. Lo que decía como una boda. Quizá es para que los niños vean que mola casarse por la Iglesia. Es una estrategia para evitar que los matrimonios religiosos se reduzcan. Años después llega el divorcio. El divorcio o bien el silencio en la relación. Decides no prepararte para hacer la confirmación, ya que lo pasas mejor jugando con tus amigos que yendo al cursillo. Otra opción es dejar de ir todos los domingos a misa pero simular tu devoción en las ocasiones que no tienes más remedio que entrar en una Iglesia como bodas de parientes, amigos, fallecimientos, bautizos, otras comuniones, etc. Reconozco que algunas personas se quedan fascinadas con todo este tinglado y siguen día tras día amando a Dios y afirmando lo bien que lo pasan juntos. Pero la realidad es que, a mi parecer, algo espiritual, no debería estar disfrazado de consumismo.
El día de la comunión
Puede que te interese:
Sé el primero en Comentar Tu email no será visible para nadie.