La imagen de una persona, lo primero que alguien muestra cuando se da a conocer, tiene una importancia indudable. Si no fuera así no tendrían tanto éxito los productos de belleza o los complementos de moda, y sin embargo la tienen. Y es que dicen que la cara es el espejo del alma, y por tanto queremos mostrar que nuestra alma es hermosa. Por eso tenemos imágenes en nuestro álbum de fotos que nunca enseñaríamos fuera del círculo familiar, y escogemos cuidadosamente qué fotografía adosar a nuestro currículum vitae.
La magia de la imagen
Hay algo mágico en los objetos que nos devuelven nuestra imagen, un espejo, una fotografía. Los indios del Oeste pensaban que una fotografía les robaba parte de su alma y por ello no querían ser retratados. Tal vez tenían algo de razón, porque la fotografía no deja de tener un halo de misterio.
¿Qué misterio? Comprobar en un viejo álbum de fotos cómo hemos cambiado de aspecto, cómo nuestros gustos y forma de vida han evolucionado; Hacer un calendario de fotos y buscar qué sucede en cada mes y qué imagen nos evoca; Capturar un momento que pensabas que sería único y comprobar tiempo después que no fue lo que esperabas. O al contrario, contemplar una fotografía de un grupo de amigos que en aquél momento no tenía más importancia y que hoy te hace emocionarte ante esas personas que ya no están.
Imagen para el recuerdo
Y es que la fotografía consigue que una imagen quede con nosotros, imborrable, para toda la vida. No vamos a opinar, como los indios del Oeste, que nos roba el alma, pero sí que está claro que la expone un poquito a la luz pública, nos recuerda, nos idealiza. Y en el calendario de fotos de nuestra vida nos hace, dentro de lo posible, inmortales.