Ser renovador es una actitud ante la vida, una libertad absoluta, un verdadero privilegio. Los renovadores nos dividimos en varias categorías: clásicos, revolucionarios y los del alma. Definitivamente esta ultima es la más general de todas las condiciones, la mas excelsa de las características adjudicadas a los seres pensantes. Ahora bien, todos, absolutamente todos, llevamos un renovador dentro, una voz que constantemente nos dice “esto me gusta mejor aquí que allá”, “prefiero este color a aquel otro” o “me gustaría que este espacio fuera más amplio y más iluminado”.
De ahí que sea preciso nos miremos hacia adentro y saquemos el don, lo reconozcamos sin miedos, sin exageraciones de telenovelas y con el valor suficiente para saber que podemos cambiar la vida, es decir, nuestras vidas.
Los colores y las formas siempre van a estar y han estado ahí, solo es preciso que los organicemos. Cuando el hombre y la mujer antiguos salieron de las cavernas y decidieron asentarse cerca de los ríos, lo primero que hicieron fue pensar en un techo, las paredes vinieron después, pero de este trance salieron diferentes formas para la construcción de sus moradas que evoluciono, según la capacidad del constructor, con mayor o peor fortuna. Sin quererlo nuestros antecesores crearon el primer concepto sagrado de la humanidad, el mas importante código de cambio y recambio jamás pensado: mi casa, mi vivienda, mi hogar, mi residencia, mi “gao”, etc., etc, etc.
Una casa adquiere la personalidad de quienes la habitan porque ella misma no tiene vida propia, aunque este ocupada por fantasmas. Es imprescindible entonces reconocer a nuestro renovador interior, explotarlo, liberarlo de los compromisos con el silencio y permitirle hacer de nuestro entorno un bello espacio para la paz y el amor.
Ricardo de Santiago Sanchez.