“Una boda en la playa debe de sentirse como si enterraras los pies en la arena, el viento y el olor de mar” dijo Laura dirigiéndose a sus damas de honor. Ninguna de ellas entendió la metáfora en ese momento; Pero conforme la boda en la playa se desenvolvía y seguía su curso, las damas de honor se miraron las unas a las otras y entendieron aquello que Laura les quiso decirles unas horas atrás.
No cabe duda que enterrar los pies en la arena es una sensación deliciosa y emocionante, tan ajeno a uno mismo y tan familiar al mismo tiempo. Laura supo esto cuanto vio a Javier esperándola en el altar mientras ella caminaba entre las filas de invitados. Javier, tan extraño como los es un hombre a una mujer, y tan familiar como el esposo de Laura. Después la sonrisa incontenible de Javier y de Laura, la lágrima en la orilla del ojo que quieres detenerla por más tiempo, y el aroma a mar de la brisa juguetona del Mediterráneo.
Como los dedos juguetean en la arena tibia refrescándose del calor; la brisa del mar en la terraza juguetea con los peinados de las invitadas, con el velo de la novia, y refresca a Laura en un beso que la sonroja unos instantes.
Levantas los pies desenterrándolos para sumergirlos de nuevo en arena, y Laura quiere absorber cada recuerdo de la ceremonia, del brindis, de la fiesta, de la luna de miel. Laura quisiera llevarse cada grano de arena en esa playa; tendrá que conformarse con alguno granitos y algunos recuerdos bien guardados.
Uno quisiera enterrarse hasta las rodillas en arena. Uno quisiera que labodadurara por siempre. Pero sabe que eventualmente uno tiene que sacar los pies de la arena. Así se debe sentirse una boda en la playa.