Mi cuñada va esta tarde a una boda. Y a mí me toca ayudarle a prepararse. Es todo un ritual para las mujeres. Si no lo son, recuerden los nervios antes de su primera comunión. Y eso que no son ellas quienes se casan. No, en ese caso, en vez de tirarnos todo un día con la parafernalia, nos pasamos meses y meses.
Llevará un vestido que le ha prestado una amiga. Claro, es que no se puede repetir vestidos en estos acontecimientos. Cuando tienes estos eventos de vez en cuando no pasa nada, pero, llega una edad, en que todos tus amigos deciden casarse en cosa de cinco años, más o menos, y a ver cómo te lo montas. Los zapatos se los he dejado yo. Y sólo me los he puesto tres o cuatro veces: en una boda y antes para aprender a andar bien con ellos.
A mí me toca básicamente plancharle el pelo. Desafortunadamente para mí, estamos en época de crisis y hay que ahorrar: no se va a la peluquería. Asimismo, me he tirado un buen rato cortándole y limándole las uñas, quitándole las cutículas de los dedos y después dándole dos capas de esmalte de uñas, prestado por su madre. Le coloco el chal de la forma en que me enseñaron en una estupenda tienda donde me compré el carísimo vestido para la boda de mi hermano.
Efectos colaterales de toda esta preparación: mi cuñada se ha enfadado con su hermano y con su madre y ha derramado acetona sobre su nintendo DS, cuyos daños aún no conocemos. Al regresar hemos sabido que a todo ello se añade dolor de pies y pérdida de horas de sueño.