La última tragedia en el mundo del fútbol ha tenido lugar en Egipto. Cerca de 70 personas han muerto como consecuencia del aplastamiento producido por los enfrentamientos entre aficiones.Cada vez que ocurren incidentes en este deporte se habla de que en ciertos países se vive más el fútbol que en otros y, por eso, ocurren estas calamidades.
Se relaciona por tanto ser un ferviente seguidor del deporte rey con el hecho de encender bengalas, subirse a las verjas o quitarse la camiseta y berrear durante todo el encuentro.Este siempre ha sido un argumento para criticar que en Europa el fútbol no se siente como se debería y que la verdadera pasión reside en países de Latinoamérica o África.
Esto no es más que una soberana gilipollez. Los comportamientos más cercanos a los primates que al homo sapiens no reflejan una mayor atracción por el deporte, ni por nada, sino un mayor instinto animal. Se marcan los territorios. Se defienden los colores con violencia y se profieren gritos de guerra al son de los tambores. Esto no necesariamente implica el gusto por el deporte y las reglas del juego. Lo que estos individuos adoran no es una buena jugada o un gol sino poder dar un sentido a sus miserables vidas llevándose por delante algún aficionado rival. La excusa es el amor por el fútbol pero la única realidad es que esos cazurros no son capaces de apreciar cuál es la rivalidad bien entendida y el espíritu de superar las dificultades creadas por el oponente.Bien enfocado, el deporte siempre ha sido un medio de superación personal por medio de la competencia.
Tratar de mejorar y batir al rival en un marco de simulada lucha es lo que ha marcado la diferencia entre las barbaridades de la antigüedad y los tiempos modernos.El ser humano no trata por tanto de desvincularse de sus lazos instintivos sino redirigirlos hacia causas constructivas. Aquel espectador que disfruta del deporte puede hacerlo de una manera intelectual aunque se piense que estas competiciones no son más que absurdos y simples juegos.
